domingo, 6 de diciembre de 2009

Segunda parte.-
Cuando Isabel va contando estos sucesos, Alberto Prieto va imaginando lo que tendría que hacer con ella, dónde llevarla, qué camino seguir. Una de las opciones es llevarla a su habitación y esconderla hasta que dejen de buscarla, viajar a otro lugar de España, recóndito y aldeano ó ir directo a la policía y pedir protección una vez contada la historia: de ninguna de estas opciones está seguro Alberto Prieto, eso sí está dispuesto a no abandonarla, con el riesgo que sea, confía en ocurrírsele algo liberador.
Al acabar Isabel el relato en medio de lágrimas, él la coge de la mano, le dice "vámonos" sin saber con exactitud qué hacer ni para dónde coger. Ella acepta, le aprieta su mano y deja por momentos que sus destinos se entrecrucen. Al salir a la calle, Alberto Prieto ve pasar una monjita, ya anciana, camina con lentitud pero se nota que nada la puede detener; la presencia de la religiosa es el mensaje que necesita en estos momentos, él que se ha formado en una familia que ama por tradición los mensajes como signos inequívocos de respuestas que plantea el corazón , el paso a seguir es el tener fé total en ellos.
Se acuerda que las monjitas de la caridad ayudan por un tiempo a personas envueltas en conflictos sociales, no toda su entrega se concentra en aliviar el dolor a los enfermos de sida, de los toxicómanos y reclusos, también se ocupan de mujeres maltratadas, niñez abandonada, extranjeros indocumentados y otras tragedias humanas; en ese apoyo están el soporte financiero, alojamiento, asesoría legal y acompañamiemto hasta que el protegido pueda volar de nuevo por sí mismo.
Isabel no tiene ni idea de lo que pasa por la cabeza de su amigo, no le queda otra salida que dejarse llevar por él: llegan al convento de las Hijas de la Caridad, congregación fundada por san Vicente de Paúl, preguntan por la directora, hasta que ella pueda atenderles esperan en una modesta salita. Llega una monjita encantadora que se presenta como sor Genoveva que les hace seguir a un despacho y se muestra dispuesta a escucharles. Alberto Prieto ordena con intuición los sentimientos y empieza por la necesidad superior: -hermana, gracias por recibirnos, Isabel a la que conocí hace pocas horas, está en peligro de muerte, suplica vuestra protección por algún tiempo.
No se le ocurrió nada más, completó su petición como algo iluminado: -es mejor que ella en privado y con total discreción le cuente a la hermana lo que le ocurre, yo mientras tanto espero afuera.
Isabel estalló en lágrimas mientras que Alberto Prieto se levanta y espera afuera, incluso sale a tomarse un café, es del sentimiento que las cosas tienen que funcionar por sí mismas de ser auténticas, basta enlazarlas para que den resultado, similar a conectar una lámpara con una toma de energía, de estar todo bien habrá luz. Al volver al convento después de una hora, Isabel y la hermana superiora lo están esperando para comunicarle que ella se queda en un piso de acogida, donde nadie conocerá su paradero, en forma simultánea el abogado de la comunidad religiosa le tramitará documentación para protegerla y brindarle seguridad.
Se despiden, Alberto Prieto besa con gratitud la tersa y blanca mano de la monjita, se despide de Isabel con un beso en la mejilla y marcha; se siente un hombre afortunado, nada puede impedir la satisfacción de haber servido de enlace a un hecho noble , se fué para su habitación y durmió como nunca.
Al día siguiente bien temprano se sorprende por la llamada de Isabel, le comenta lo feliz que está, no solo por la acogida de las monjitas, también porque ya instalada en su nuevo hogar, contempla en un pequeño altar la imagen de "la Virgen del Sagrado Corazón de Jesús, protectora de causas desesperadas e imposibles", que es la misma Virgen que en su pueblo natal veneran. Ella agradece a su amigo lo que hace y que cuando haya alguna novedad le llamará de nuevo.
Pasó el tiempo, Alberto Prieto deja de lado el asunto para no interferir en el destino de Isabel, pero al no tener noticias suyas decide ir al convento para informarse; le recibe otra monjita, amable y vivaz, le comenta que Isabel, cuando ya estaban por finalizar los trámites que le permitirían quedarse del todo, una mañana deja una notica en su mesa de noche diciendo que se va a Colombia de nuevo para " reintegrarse a la lucha armada en favor del pueblo oprimido" y da las gracias por los favores recibidos. Y que nunca màs volvieron a saber nada de ella.
Alberto Prieto suspira y desde su corazón le desea lo mejor. FIN.-
Vitelio Chisant, Barcelona, 30 de noviembre de 2009.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario