miércoles, 11 de julio de 2012

El altar de Plutón.- ( novela ).-

Entrega vigésimo quinta.-
 En la medida que pasan los días, se habla de un autor nuevo: la mafia; tema que casi nadie domina, se sabe que la mafia está ahí y acaba con cualquiera cuando se lo propone, así sea el mismísimo presidente de los Estados Unidos, pero cuando se habla de la mafia hay que conocer detalles, leer revistas y libros curiosos y atrevidos y para eso hay que ser un apasionado del tema; a los dos días se ven las fotos del hijo menor del difunto, saludando al estilo militar el féretro de su padre, es una bella foto, suficiente para pasar de largo el interminable desfile de personajes en el entierro; la madre recuerda que a Gaitán también lo asesinaron y que los autores verdaderos quedaron impunes, sólo capturaron al primer pendejo que pasaba por ahí, que el pobre hombre no pudo decir nada, no lo dejaron hablar; -sólo la justicia divina condena a los verdaderos autores-, resalta la madre con un suspiro de resignación y dolor.
 En el colegio de los hermanos Maristas es poco lo que se habla del asesinato de Kennedy, es decir casi nada nuevo, es más la sensación extraordinaria de lo ocurrido, la familia fascinante del fallecido, la bella esposa y sus hijos tiernos; en los periódicos algún comentario de la ayuda de Kennedy a los países de latinoamérica, como es el caso de la leche en polvo que regalan en latas selladas, también aceite; suponen que esas ayudas cesarán con otro presidente: Lucía comenta con algo de visión bíblica: -con el tiempo lo que va a ocurrir en una guerra nuclear y el mundo se acabó-; la madre interviene para pedir a Dios que ojalá nunca ocurra eso; Daniel sólo habla de las noticias que escucha, que todo el mundo conoce; el padre se ha ido a trabajar, recorre los pueblos vecinos de Pasto para visitar clientes conocidos y para hacer nuevos clientes; le basta que tengan una tienda de venta al público de productos químicos que combatan los insectos de la agricultura y en menor interés los que ayudan a la ganadería en ese mismo sentido; se pueblo en pueblo vende, de paso le ofrecen alguna cerveza que acepta para refrescarse un poco y para favorecer las circusntancias de las ventas; con autorización de la empresa concede créditos para la entrega de la mercancía, una parte al momento y otra a los treinta o sesenta días; se crea una relación entre el padre y los clientes, que por lo común son campesinos que han conseguido un dinero para montar una tienda en el pueblo; son gentes honradas, que aprecian el crédito que se les brinda, intentan mejorar su oferta de productos y ganar la vida con ello; el padre regresa en la tarde, a veces bien entrada la noche cuando algún cliente lo retiene para brindarle cerveza y algo de comida, rechaza la comida porque la tiene en su casa en abundancia, a cambio acepta de buena manera la cerveza; -Tómese la última don Eduardo, déjeme atenderlo, usted ha sido amable conmigo y yo tengo que cumplirle- le dice el señor Eugenio Chaucanés de la población campesina de Yacuanquer, situada a una hora larga de Pasto, por carretera polvorienta y algo estrecha; -está bien, se lo agradezco, dígame qué comenta la gente del manzate, cuál ha sido su acogida-, el padre se refiere al más famoso de los productos de su empresa; la respuesta es sorprendente: -muy buena acogida, es el producto que pronto se agota, da buen resultado para las plagas, y además es rendidor, con un kilo de manzate se pueden fumigar dos hectáreas-, el señor Chaucanés vuelve a servirle otra cerveza que el padre acepta, le es imposible evitarla, un cliente está satisfecho, le habla bien de los productos y está garantizada la venta periódica en ese pueblo.

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