miércoles, 4 de julio de 2012

El altar de Plutón.- ( novela ).-

Entrada vigésimo tercera.-
 - ; ! Qué alegría que estés con nosotros ! -le dice el padre al tío Eduardo Belmonte, cuando ya han bebido tres cervezas en  medio de la conmoción por la noticia, -tengo poca relación con mi familia paterna, mi única hermana vive en los Estados Unidos, de modo que la visita tuya es para celebrarla-, agrega el padre con algo de nostalgia y desconsuelo, que abre dos cervezas más, el tío la recibe pero advierte que es la última, el médico le ha recomendado beber poco alcohol para controlar la tensión arterial, -seguro que no me va a pasar nada, porque la alegría es la mejor medicina- exclama con júbilo y completa: -contigo Eduardo llevamos diez años o más sin vernos, tus hijos estaban pequeñitos y los dos últimos no habían nacido- se refiere a Elenita y Camilo que tienen ocho y siete años; la madre también está contenta, ella no para de servir comidas, no puede estar sentada y tranquila, su temperamento es servir y colaborar en cada momento; -Aurita, qué bien estás, siempre tan amable-, la elogia Eduardo Belmonte, hombre afable y de refinado carácter, desprecia la falta de formas en los modales y el lenguaje, es crítico con la grosería; la madre aprovecha para agradecerle la visita, le recuerda dos hermanos algo menores que él e indaga por ellos, el visitante contesta que están bien, con algunos achaques de salud como también los tiene él; -¿ y tú Daniel dónde estudias y cómo se va con ellos?- se interesa el tío por el tercero de los hermanos, Daniel le responde que estudia en el colegio de los hermanos Maristas junto a sus otros dos hermanos Eduardo y Camilo, cursa el tercer año de bachillerato, omite comentar que el año anterior estuvo a punto de perderlo, en cambio el año en curso lo lleva bien; -yo -se pone serio el tío Eduardo Belmonte- sólo estudié hasta la primaria, mis padres tenían pocos recursos para matricularme en colegios de pago y a mí no me gustaron los colegios públicos, la gente que va allá es vulgar y de malas costumbres, entonces le dije a mis padres que preferiría formarme por mi cuenta y que deseaba trabajar cuanto antes -levanta la cabeza evocando sus recuerdos, se pone algo sentimental, situación que aprovecha el padre para decirle: -eres igual que yo, autodidacta, lo que en realidad importa lo aprendes de la vida, brindemos por nuestras vidas-, chocan sus vasos el padre y el tío, beben un poco más, ya es de noche, Eduardo Belmonte se despide y se va a dormir a un hotel del centro de la ciudad, prefiere así, es un hombre independiente, ama la austeridad, lee libros y revistas hasta bien tarde, por eso no le gusta aceptar el hospedaje con familia y amigos, le da un beso cariñoso a la madre, un abrazo al padre y vuelve a exclamar: -lamento el asesinato de Kennedy, sin embargo alguien tiene que reemplazarlo y la vida tiene que seguir-, a lo que Eduardo, el segundo de los hermanos le despide con una sugerencia: -ya hay sucesor, es Johnson, hay que empezar a desconfiar de él, es el primer beneficiado del asesinato, luego es el primer sospechoso, pudo haber contratado a Fidel Castro para eso-, Eduardo Belmonte se ríe y replica ya en la puerta: -todo es posible hijo mío, el poder no tiene escrúpulos, bueno, en fin, hasta otro día-, se marcha.

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