miércoles, 1 de agosto de 2012

El altar de Plutón.- ( novela ).-

 Entrada trigésimo segunda.-
 La casa que deja en alquiler a la familia Durán es de dos plantas, tres habitaciones suficientes para acomodarse todos, baño, cocina y otra habitación al fondo de la primera planta, que la madre habilita para Eduardo, ésta habitación está hecha para alguna señora que sea contratada para el servicio doméstico; de modo que se trata de viajar, aterrizar y llegar a la casa de alquiler; es asunto de poca monta para lo que ocurrió en anterior ocasión, donde se trasladaron de esa misma casa para Pasto; los muebles llegaron a los quince días, la familia se tuvo que instalar en un hotel, llegaron incluso a temer que los muebles no llegarían nunca, junto a sus ropas y objetos personales; ahora todo es diferente, Bogotá les gusta y esperan conseguir amigos, el empleo del padre ha mejorado, le suben el sueldo y le prometen una gerencia para los próximos meses...
 Bogotá es ciudad gigantesca, se extiende por los cuatro costados, incluso por el costado donde tiene montañas, los barrios se aferran a ella, la suben y la rodean sin parar; existe el centro de siempre, por el desarrollo imparable se extiende por el Norte y el Sur, con centros comerciales gigantes y viviendas para todos los gustos y economías, tiene avenidas que la atraviesan en los cuatro puntos cardinales, ha contado con excelentes alcaldes que han tenido visión profética de la ciudad, lo que ocurre es que su crecimiento es tan intenso que ha superado las previsiones de los formidables funcionarios; a Daniel le encanta pasear por el centro tradicional, el que sale de la Plaza de Bolívar por la carrera séptima hasta los puentes de la avenida veintiséis y regresar por la carrera décima; tomar tinto con algún buñuelo, observar el trayecto infinito de cientos de personas y disfrutar con las vitrinas de las tiendas de libros, ropa y electrodomésticos; sobre la carrera séptima a la altura de la calle diez, justo antes de llegar a la Plaza de Bolívar, está el club Capablanca, que da lugar a ver el espectáculo de ajedrez entre el maestro Jorge González contra curtidos adversarios.
 Bogotá es ciudad amable, vital y ruidosa; basta pararse unos segundos en la carrera décima y no hay posibilidad de silencio alguno, ningún día y ninguna hora; las gentes andan de prisa, también están los bohemios y filósofos que beben capuchino en el café Sant Moritz, establecimiento que permanece igual desde los años sesenta; el comercio se desborda en sus calles, se vende de todo: libros, licuadoras, comida y telas, además de ollas, revistas y relojes; hay que andarse con cuidado, como en las grandes ciudades del mundo, si dejas la cartera abierta estás perdido ó si subes a un autobús repleto, las posibilidades de que alguien te meta mano y saque del bolsillo tus pertenencias, aumentan; aún así es ciudad segura porque la gente es solidaria, está atenta para avisar de la presencia de algún ladrón; -señor, tenga cuidado que por este sitio abundan los amigos de lo ajeno-, es la expresión popular para avisar a personas despistadas y que pueden sufrir algún robo; los delitos graves como atracos y secuestros, son pocos por fortuna, para caer en ellos hay que ser víctima de alguna conspiración, sufrir el acoso detallado de organizaciones criminales; en el caso de los atracos es posible que ocurran por el lugar y la hora; después de las ocho de la noche lo mejor es estar en casa y no estar en zonas vetadas a los transeúntes ocasionales, por la falta de luz pública y vigilancia; en fin, en ésto entra también a participar el destino y la suerte de cada uno, incluso ocurren situaciones no previstas a quienes tienen las seguridades del caso, Daniel decide empezar a sentir a Bogotá.

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