miércoles, 29 de agosto de 2012

El altar de Plutón.- (novela).-

Enttrada trigésimo octava.-
 Es posible que tarde cien años en bajar de ahí; para entonces es posible que se haya inventado otro sistema de tiempo para escribir; el capuchino en el café san Moritz casi siempre lo paga Rodrigo, la madre le deja casi todos los días veinte mil pesos encima de la mesa de noche, la madre sabe que ese dinero lo gasta a diario su hijo, aunque no se hablen, ella sabe cómo ayudarle para que se realice; ahora que lo ve estusiasmado con la vida política, que se lo pasa encerrado en su habitación, intenta estimularle; cuando la madre le pregunta en alguna rara ocasión por qué escribe tanto, él le responde: -para ser famoso y no tener que pedirte dinero- se ríe a continuación, la madre le contesta también con algo de ironía y de seriedad: -bueno, esperemos que aún esté viva para ese momento-. Rodrigo en esto se pone trascendental y le replica de inmediato: -claro que sí, disfrutarás conmigo de mi fama-. Hasta ahí llega la relación de madre e hijo, se quieren y se necesitan; el otro hermano de Rodrigo no para en casa, está casado y tiene un apartamento aparte, visita a la madre poco, tiene una visión de la vida distinta de la de Rodrigo, es financiero, le gusta hablar de inversiones y busca la manera de conseguir dinero por el comercio, el crédito y las buenas oportunidades; el intercambio de escritos entre Daniel y Rodrigo se vuelve emblemática y notoria; en casa del uno como en casa del otro saben que los viernes en la tarde se ven los dos amigos y ninguno falla a la cita ni al contenido de ella, así sea poca cosa, hay que llevar algo, durante la semana se leen los escritos y el viernes siguiente se formulan los comentarios críticos; por ejemplo Rodrigo anima a Daniel para que escriba con mayor extensión, que alargue sus cuentos y sus novelas; las frases están bien, son para eso, ser cortas y tener el mensaje de una sentencia.

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