viernes, 9 de agosto de 2013

Cuento.-

                                                    Un pueblo para un abogado.-
A: los egresados de 1973.-
"En esta vida nadie se escapa de ser egresado en algo en alguna parte".- Daniel.-
 Las clases del último año de la facultad van finalizando sin que nadie se de cuenta; lo que importa es tener un padrino, un pariente, al menos un conocido que pueda echar una mano para conseguir empleo, no importa cómo, ni cuánto, ni para qué.
 Desde luego que los más brillantes, como Ochoa, Martínez o Daza, ya les sobran ofertas, pero los demás, los otros doscientos, por contar a lo bajo, ¿qué hacemos?
 Poe fortuna siempre hay un pueblo  que espera un abogado, no importa cuántos habitantes tenga y si es posible acceder después de diez horas en flota, entre más lejos de los sitios urbanos, mejor, la competencia disminuye, solo los más desgraciados pueden irse para allí, para atrapar un cargo de juez, alcalde, personero, tesorero, inspector, incluso guardián de los calabozos municipales que de manera generosa le llaman director de prisiones; todo esto es mejor a quedarse en la capital esperando una llamada que nunca te hacen o una carta que jamás será echada al correo, de la administración pública o alguna entidad financiera.
 Una vez intalado en el pueblo hay que empezar a conspirar para que te asciendan o de enamorarte de la hija de los dueños de la casa más bonita, con negocio propio, quedarte a vivir allí por muchos años, con unos buenos suegros que te den la oportunidad de financiar tus ambiciones abogadiles.- Fin.-

                       Vitelio Chisant

                                                   Martorell, 8 de agosto de 2.013.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario