sábado, 31 de agosto de 2013

Novela.- Primera parte.-

                                                                Cosa de niños.-
Para: Mery, Isaura, Gladys, María, Celia y Carla.-
A: José María Porta, César Rejas y Adi.-
"El dolor se hospeda donde le dan cama y comida".- Daniel.-

                                                     Capítulo primero.-

 Todo puede ocurrir cuando un ciudadano desprevenido, incluso los advertidos y terrenales, pasea por una de las arterias de esa gran urbe que es Bogotá, caótica y sorprendente, sentarse en una cafetería con vistas a la carrera séptima, es un placer para el más curioso y sosegado ver durante una hora apenas, decenas de miles de personas, cada una de ellas con sus rasgos y características que las diferencias de las demás, mujeres con cuerpos de reinas de belleza y hombres con tallas milimétricas y kilométricas; presentir lo que lleva el corazón de cada una de aquellas personas, sus propósitos y despropósitos, sus complejos y osadías, sus aciertos y omisiones, es propio de curiosos compulsivos y observadores magistrales. Levantarse de la mesa de la cafetería y caminar en cualquiera de las dos direcciones, desde los puentes de la veintiséis hasta la plaza de Bolívar y un poco más allá para el Sur, ver la sucesión de tiendas, grandes y pequeñas, prodigiosas y serviciales, poderosas y amables, incluso algunas casi desmanteladas, otras a rebosar hasta los techos como ocurre por lo común con las droguerías y ferreterías; tiendas convertidas en restaurantes de grandes ollas y comidas caseras como son platos de arroz blanco, sopa de menudencias, fríjoles con tocino, plátano frito y carne asada con papas sudadas, de beber agua de panela o mazamorra, gaseosa y jugo de guayaba; algunas tiendas pequeñas propias para vender cuchillos y navajas, para arreglar ropa, vender preservativos, plantas y loterías; la venta de caramelos, cigarrillos e incluso aguardiente en carritos ambulantes repletos hasta las ruedas; el teatro Jorge Eliécer Gaitán, primero teatro y luego un cine y por último local de espectáculos, grandes tiendas de venta de vestidos de paño para hombres, mujeres y niños, con cajas registradoras acorazadas de hace sesenta años; entre tienda y tienda los almacenes de gigantescas áreas, donde se vende todo menos casas y coches; algún club de ajedrez que parece más una fonda que un lugar adecuado para la práctica de tan hermoso juego a donde se accede por escaleras viejas convertidas algunas veces en laberintos de la muerte por atracos sufridos por aficionados; las preciosas iglesias que reciben a suplicantes y pecadores; una catedral descomunal parecida más a un museo que a un templo, hasta llegar a la plaza de Bolívar, al palacio de justicia ya recuperado de la penosa toma del grupo guerrillero M-19 y evacuado a sangre y fuego por el ejército nacional; la alcaldía municipal y el capitolio nacional; esta plaza ha sido exaltada y vilipendiada, como tribuna de vibrantes discursos de líderes populares; desde ese lugar  hasta el Sur la carrera séptima se estrecha, escasean las tiendas y aparecen casas viejas con sus portales de madera y hierro deteriorado por décadas de abandono y desprecio; hay un parque, el de las Nieves, de regreso al Norte, con su iglesia del mismo nombre, allí se ganan la vida lustrabotas y vendedores ambulantes; este paseo puede durar al menos una hora larga, a pie y husmeando en extrañezas, mimos, pintores y dibujantes callejeros, plazas conmemorativas y sutilezas; además de levantar la mirada por calles castigadas del Oriente y del Occidente, que ofrecen otro mundo de posibilidades; una de esas calles pequeñas conduce al café San Moritz, cercano a la carrera octava, es posible que por la calle 14, la misma calle donde están dos pequeñas y preciosas iglesias, algo pequeñas en su interior que permite resaltar la luz de las numerosas velas y velones, que ponen los devotos de diferentes santos y vírgenes que atienden sus plegarias; el San Moritz  está casi lleno de clientes algo costumbristas, que llevan gabardinas y sombreritos propios de cincuenta años atrás; allí está todo envejecido, las paredes algo desteñidas que dificulta conocer su color original; las mesas metálicas lo mismo que las sillas resisten el paso del tiempo, el mostrador de madera muestra su longevidad, sobre él está la máquina cafetera de tamaño inusual, grande y ancha, sin embargo lo que aglutina los clientes en su mayoría es su fidelidad a estar allí a pesar de las numerosas cafeterías de la zona, para disfrutar el delicioso capuchino que conserva el sabor de varios lustros, no se sabe si esto se debe a una sustancia traída de Italia por algún viajero repetitivo o la simple sencillez de su preparación; al lado del capuchino de despachan deliciosas empanadas de arroz y carne y por supuesto cerveza nacional y alemana, ésta última algo más costosa; el café San Moritz cierra temprano, tiene al fondo dos mesas de billar para clientes de día, este juego de combinaciones y destreza es propio de gentes noctámbulas, hay que tener en consideración que quienes han perdido su trabajo y mientras encuentran otro se relajan con el billar, hay quienes están ocupados solo medio día o hay quienes son aficionados al billar desde siempre y buscan la manera de seguir practicándolo, estén o no ocupados; juegan al billar apostadores de dinero, que tienen sus adversarios conocidos o que desafían a nuevos adversarios; el bar San Moritz rara vez es visitado por la policía, no tiene peleas ni malos momentos, goza de un ambiente sano y sus clientes habituales tienen comportamientos pacíficos, hay otros bares, grandes y de numerosas mesas de billar en la populosa Bogotá donde se refugian personas agresivas e insociables; por la carrera octava, paralela en gran trayecto a la séptima, hay griles y cabarets, sitios de placer nocturno, prostíbulos y cantinas de luces bajas y ambientes para enamorar; en dirección Sur se llega a la avenida Jiménez, que se extiende de Oriente a Occidente; ésta antigua avenida tiene edificios enteros de abogados y gestores prestamistas; en las primeras plantas hay negocios, restaurantes y entradas a parqueaderos; el centro de la ciudad se puede decir que termina en los puentes de la calle veintiséis, famosas porque alivian el tráfico en zona tan congestionada por vehículos pequeños y medianos; Bogotá por tradición ha tenido buenos alcaldes, personas de inmensa preparación, que de lograr el éxito social en la gestión de la urbe, son fijos candidatos a la presidencia del país; el centro de Bogotá es el corazón de la araña que extiende sus patas en todas las direcciones, incluso las montañas que no han sido obstáculo para su crecimiento y formación de nuevos barrios; de vuelta a la carrera séptima, es uno de los paseos gratos para los sentidos, las sensaciones no paran de hacernos vibrar y disfrutar, incluso de sufrir: nadie está exento de ser robado en sus pertenencias o incluso en algunos casos de ser secuestrado para pedir dinero por su liberación; la venta de tinto, el suave café colombiano, empanadas, gelatinas, pan de yuca, pan de bono, a pié de calle, lo mismo que caramelos y cigarrillos, permiten gozar el paseo, eso sí que a nadie se le ocurra hacer este paseo en carro, se llevará un disgusto de miedo por la parsimonia del tráfico atestado de miles de vehículos, buses, busetas y taxis, todos deseosos de llegar cuanto antes a sus destinos; incluso quien viaja por la carrera séptima en buseta, bus o taxi, sin ser conductor, la goza, la tortura es solo para quien conduce, que no puede perder un instante la atención por las grandes posibilidades de chocar contra otro vehículo o incluso atropellar algún peatón de los que se atraviesan sin prudencia alguna. El maestro Israel Rojas, insigne botánico de la Órden Rosacruz de Oro de Colombia, comentaba en sus conferencias que aún veía espíritus pasearse por la carrera séptima, mirar vitrinas y hablar con otros espíritus tal como lo hicieron en carne y hueso, pero que han quedado atrapados por la seducción de su magnetismo; cosas esotéricas a un lado, la carrera séptima comprendida de los puentes de la veintiséis a la plaza de Bolívar, atrapa y seduce a cualquiera, por su aroma libertario, sus variedades mágicas, su diversidad cósmica y sus placeres mundanos, es el espejo de lo que desea el ser humano en tan pocos kilómetros y área reducida; a su vez caminar por la carrera sexta, algo más desdibujada para ser paralela a la carrera séptima, contiene en su recorrido casas viejas, edificios de abogados y algunas otras profesiones como notarios y médicos, construcciones oficiales y algunas universidades como las del Rosario, la Gran Colombia y La Libre, en tan solo estas tres universidades estudian miles de jóvenes en sesiones diurnas y nocturnas; aparecen las instalaciones del palacio de San Carlos, antigua sede de los presidentes de Colombia, hasta cuando Alfonso López Michelsen se instaló en el palacio de Nariño, actual sede presidencial; hay un sector de la carrera sexta donde se concentran joyerías con exposición y venta de esmeraldas costosas, es un recorrido corto, intenso, que nutre a cualquier espíritu explorador y que da lugar a sucesos pequeños del día a día; prolongar el paseo más allá de los puentes de la veintiséis, como se les llama, es otra imagen de la ciudad, igual que hacerlo por el Sur, más allá de la plaza de Bolívar, para nuestra historia solo interesa esa estrecha área tomada la carrera séptima como la columna vertebral y las carreras octava y sexta, una por abajo y otra por arriba y luego las diversas calles que entrecruzan esas importantes carreras como costillas del tronco principal; es posible que existan otras áreas de Bogotá tan importantes como interesantes como a la que nos hemos referido, para nuestra historia escogemos la del centro, rica en posibilidades, vigorosa, misteriosa, de leyenda. Las almas por sí solas no emigran, permanecen en el sitio donde las coge el cambio,de noche o de día, el traslado a la otra dimensión; necesitan prepararse para emigrar como se necesita tener valor y recursos para viajar a otros países y regiones, de no ser así permaneceremos en nuestro hogar o domicilio; entonces si las almas no se van, se quedan entre nosotros, realizando lo que siempre han realizado, estando donde han permanecido la mayor parte del tiempo y en definitiva siendo como son, nada puede variar esto, solo ellos mismos, como acá, solo cada uno de nosotros; bien, ¿cómo no los vemos o sentimos? no los ven los que no quieren ni sentirlos, sea por incredulidad, incapacidad o simple negligencia o falta de atención; ellos ayudan si lo han hecho otras veces o su naturaleza les facilita realizarlo o desean que nos vayan bien como ocurre acá, todos queremos que a los nuestros y en general a los demás les vaya bien; no poder ayudar en concreto nada, se agradece la atención, que es importante y noble; el solo sentimiento de querer el bien de los demás es suficiente para ennoblecer el alma, los que pueden ayudar son seres privilegiados y bien dotados de libertad, voluntad, entusiasmo y acción; permanecer en el mismo lugar, muchos maestros como es el caso del maestro Israel Rojas, sensibles y de elevada fe en ellos mismos, permanecen en esa relación que les permite su naturaleza etérea, también material y energética a la vez, de dimensiones diferentes a las nuestras, pero proporcionales a los sitios y personas con los que permanecen; hay otros que desde luego vuelan y marchan donde el corazón les indica o para donde se hayan preparado; ¿acaso los santos no se van para el cielo, para el que se han preparado toda la vida, con renuncias y sacrificios? claro que sí, para ellos el cielo es lo natural y es lo que su corazón espera y desea; así todos, cada uno en su cielo o en su tierra, con sus sentimientos; con estos seres es posible la comunicación de acuerdo a canales y mensajes, como ocurre con las cartas, la telefonía, el fax, el internet o el lenguaje directo como la conversación desnuda; es hermoso todo esto, es fecundidad y riqueza con las relaciones; da posibilidades y nos ayuda a comprender y amar, último fin de nuestra vida, nada más lejano y triste que enviar a nuestros amigos lejos, a otros mundos, en el sentimiento de no volverlos a ver jamás, esto es imposible, para quien no quiera que ocurra esto, basta una foto, un objeto, un recuerdo y poca cosa más para mantenerlos cerca, como ha ocurrido siempre; es el calor del Universo que atiende los imperativos del corazón, son los impulsos de las fuerzas de la naturaleza que nacen de cada uno y se van donde cada uno quiera; esta historia se enlaza con el recorrido de los lugares del centro de Bogotá, a la que amamos tanto como aquellos que andan por ahí prendados con su entusiasmo de la calidez humana, de sus encantos, de su belleza e incluso de su sabiduría; se dice que las almas grandes se van, se alejan de lo que les sujeta y atrapa; es posible que sea así, pero la mayoría de las almas aún necesitan comprender y amar personas y lugares, pero dependen de ellos, entre más amor más libertad, de eso no hay ninguna duda y esperemos  que esta historia lo refleje así mismo.
 El cielo está gris, llueve a ratos, la carrera séptima no deja de tener la actividad febril de siempre: los andenes repletos de personas y vendedores ambulantes, alguna vez un policía o militar, hay esterillas en el suelo donde se ofrece ropa a buen precio, carteras, correas, material eléctrico y de cocina, algunos vendedores tienen una ferretería sobre la esterilla y si algo no tienen de lo que les piden, se van por un momento y vuelven con el objeto deseado; la carrera séptima está atravesada por la calle 19 que se extiende de Oriente a Occidente, tan importante como la avenida Jiménez: circulación densa de tráfico de carros y personas, vendedores ambulantes competitivos y variedad de tiendas, restaurantes y cafeterías e incluso panaderías; la calle 19 forma para el Oriente una horquilla que comunica con la avenida Jiménez, cerrando un círculo de edificios y casas viejas, por el Occidente se prolonga más de lo sospechado, llegando incluso hasta la avenida de Las Américas, pero hay que volver al centro para retomar nuestra historia. Hay un ángel llamado Manuel Danderino, que tiene delimitada la zona del centro que hemos descrito, permanece allí desde la época de la Colonia Española, luego pasa a la República, ha visto las reformas de la ciudad y cuida de personas, bienes y terrenos, del mantenimiento del lugar y muchos asuntos más para bien; viene de la Constelación de Escorpio, allí salen la mayoría de voluntarios para proteger y cuidar como ángeles muchos sitios del Universo, son eternos, sensibles y receptivos a las súplicas, hay situaciones que no pueden impedir para no alterar los impulsos naturales, pero sí pueden aliviar el dolor que sobreviene de estos cambios; pueden cambiar de sitio en concordancia con otros ángeles, también se enamoran y aman como los mortales, forman familias que cuidan y les acompañan, se divierten y sufren como los demás, pero su característica es socorrer a quien les llame, jamás se ufanan de lo que hacen, sienten pasión por su actividad angelical, viven su eternidad con naturalidad, pueden retirarse por períodos, para ellos no existe el tiempo, retornar y seguir; son visibles e invisibles según las circunstancias y cumplimiento de su trabajo; por lo común adoptan las formas y hábitos de los ciudadanos que protegen; les es imperativo cuidar de los niños, ancianos y moribundos; evitan guerras y crímenes, que nada se destruya; cuando esto ocurre es por otros imperativos superiores que ellos no pueden evitar; realizan todas las actividades de los ciudadanos comunes: estudiar, trabajar, divertirse e ir de vacaciones; cuando se enamoran no pueden anteponer intereses personales a la de los ciudadanos en general, pueden confesar sus actividades de ángeles si esto contribuye a resolver alguna situación, en fin, son seres que tienen carácter y temperamento, voluntad y entusiasmo, expresan sus alegrías y reservas, saben que son eternos pero esto no varía para nada sus preocupaciones, emociones y sentimientos; ellos a su vez están protegidos por otros ángeles o arcángeles que tienen zonas más amplias y casos complicados, pueden realizar milagros con el consentimiento de otros ángeles que custodian el proceso natural de todo, nunca se enferman ni deprimen aunque se alteran y trastornan hasta equilibrar sus energías y fuerzas; para ellos nadie se puede morir de hambre, sed ni tristeza; son seres perennes que iluminan día y noche sobre corazones; entre sus protegidos están todas las criaturas de su área, como personas, animales, espíritus, nomos, hadas, en fin las criaturas de cualquier forma y condición; desde luego protegen a otros ángeles que están de paso; quien se siente eterno es por naturaleza un ángel, como lo es también quien se siente comprometido de manera libre a proteger a otros; pueden adquirir todas las formas de las edades: niños, adolescentes, adultos, longevos, hombre y mujer, animal o persona, mortal o espíritu; en el fondo la necesidad es la misma: necesidad de ser protegidos.
 Ser ángel es de estirpe, de modo que se confunde en el tiempo el primero de ellos que luego da origen a varias generaciones de ángeles, que no tienen principio ni fin, aunque se van retirando y sustituyendo; es su naturaleza bondadosa y llena de luz: Manuel Danderino nació en un barrio pobre de Bogotá, un sitio conocido como Barrios Unidos, al Nor Occidente, cerca de la iglesia del Siete de Agosto y en dirección al barrio Modelo; su familia estaba compuesta de cinco hermanos, el padre un hombre trabajador y honesto que se gana la vida como vendedor de productos para la agricultura, la madre una mujer laboriosa y tenaz para conseguir lo indispensable para sus hijos; Manuel Danderino se educa en colegios religiosos donde concilia su naturaleza angelical con la fe cristiana, en concreto la fe católica, tiene algunas vicisitudes en la adolescencia, se enamora y se casa en plena juventud, entonces comienza su labor protectora en la zona del centro de Bogotá, encargo que le llega por un sueño que le lleva a reconocer su naturaleza y vocación ancestral, aunque su familia está compuesta de ángeles, no es indispensable que todos cumplan el trabajo angelical, pueden reservarse para otros momentos y circunstancias; trabaja primero para una oficina gubernamental de estadística, puesto al que accede por examen escrito; logra una puntuación alta que le lleva a ser el jefe de un grupo pequeño, de seis personas, que se desplaza por el Departamento del Huila, se instalan en pensiones económicas y se dedican a censar población y bienes; los ángeles no tienen necesidad de estar de cuerpo presente en el sitio que cuidan y protegen; les basta con recorrer con el corazón el lugar para hacer sentir su presencia; desde luego que sí pueden estar presentes mejor para ellos y para los demás; después de permanecer pocos meses en ese empleo, es llamado por el banco del Comercio para trabajar como mensajero en la sección de información comercial; allí conoce otras personas de bellísima condición humana y angelical; deja el empleo gubernamental con enfado del jefe que amenaza con no pagarle por marcharse; se incorpora a su nuevo trabajo con gran alegría para él y su familia, que ahora lo tiene cerca, en la misma Bogotá donde viven todos; Manuel Danderino sabe que todas las criaturas son ángeles potenciales, tienen que sentirlo así y desarrollar sus dones, es la magia del Universo que los iguala a todos y que cada uno encuentra el momento para ejercer su condición angelical; es curioso, la sede principal del banco del Comercio está en el centro de Bogotá, dos calles abajo de la carrera séptima, cuenta con unas instalaciones formidables, amplias y llenas de luz y comodidad, allí permanece un tiempo hasta cuando termina su carrera de abogado en la Universidad Libre de Colombia, sede situada a tres calles de la plaza de Bolívar, entra luego en las Fuerzas Armadas, en el ejército donde culmina su carrera castrense hasta el grado de coronel; Manuel Danderino es de estatura media baja, es decir apenas llega al metro sesenta centímetros, tiene carácter afable, mira las cosas por el lado bondadoso y se esfuerza por realizar bien su trabajo esté donde esté; tiene esposa y dos hijos, numerosos amigos, su deporte favorito es caminar y nunca se enreda es disputas, confrontaciones ni actos agresivos, los evita y los supera con actitud comprensiva y pacífica; siempre que puede recorre la carrera séptima desde la plaza de Bolívar hasta los puentes de la veintiséis, toma tinto con pan de bono y alguna empanada de carne, teje la zona pasando a las carreras sexta y quinta y luego bajando a las carreras octava y novena, por las calles veinticuatro, veintitrés y veintiuno y así la calle novena, algo más al Sur pasando por la plaza de Bolívar hasta la Universidad Libre de Colombia; en su recorrido vigila los andamios de las construcciones para que no se vayan a caer, que alguna de sus patas de hierro esté a punto de doblarse, que las madres no suelten a sus niños, que los ancianos que atraviesan una calle alcancen a llegar al otro andén, mira y se adelanta en las intenciones de los sospechosos y criminales; la risa y la fraternidad desisten cualquier tentativa delincuencial; evita atropellamientos, cuida que los espíritus que rondan por ahí despierten y marchen para cumplir su proceso evolutivo, incluso tiene conversación con ellos que argumentan sus ataduras; entonces Manuel Danderino les ayuda con palabras, frases, cuentos y novelas que él inventa para la ocasión; también vigila que nadie contamine el aire con fuego exagerado y descontrolado, que a nadie le falte la comida y la bebida a las horas respectivas; que quien ha perdido algo lo encuentre, favorece para evitar robos y atracos, caídas y golpes; facilita los encuentros amorosos, estimula el erotismo y la sexualidad liberadora, si alguien está en proceso de morir le alienta para que dé el paso de volar con fortaleza, sabe que otros seres angelicales están presentes en esos momentos de angustia y descontrol, cuida que los animales tengan refugio, calor, comida y dormida en caso de no tener dueño y hogar; transmite energía liberadora que saca a quien entra en contacto con él, infunde alegría y pasión por la vida, estimula la imaginación y fantasías para crear y narrar con voluntad y firmeza, apoya la fe, el valor y el coraje, ahuyenta los miedos y despeja las esperanzas, la ilusión y el optimismo; estos dones brotan con naturalidad en Manuel Danderino y en quienes ejercen como ángeles; auspician el deporte, las caminatas, el diálogo y la tertulia constructivas; procuran que los conductores de vehículos no se duerman, que lleguen a sus destinos; ahora, lo que no pueden evitar, aceptan su cumplimiento, que los ángeles también se afectan cuando ocurre algo doloroso que no han podido eludir, sin embargo lo consideran como órdenes superiores, que ocurre porque es para bien de los afectados y de todos los demás, saben que todos nos beneficiamos de todos, que su misión y el Universo es cosa de todos, sin excepción alguna.- (Continúa).-                  

                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario