sábado, 31 de agosto de 2013

Novela: Cosa de Niños, primera parte, continuación.-

                                                 Capítulo segundo.-

 Todos los hombres tenemos una biografía, pequeña o grande, según se mire, entendemos por pequeña la de una criatura sencilla, humilde, pero ambicioso y realizado para su familia, sus amigos y para él mismo; desde luego que la pequeñez no tiene nada que ver con los méritos y la intensidad vital, ni el cumplimiento de compromisos, tiene solo la percusión histórica y social, nada más, el resto es igual a la más grande por los gestos del corazón, la bondad de las manos y la discreción de vida; Ramón Macía trabaja en el banco del Comercio, sucursal central de Bogotá, lleva al servicio del banco más de veinte años, tiene cincuenta años de edad, le faltan cinco para lograr su jubilación, desempeña la función de archivador en la sección comercial; sus compañeros de trabajo son mucho más jóvenes que él, lo aprecian y él se muestra en toda ocasión afable y colaborador, es de estatura media baja, delgado y tiene gafas de cristales gruesos, tiene que acercar los ojos a los documentos al extremo casi de tocarlos pero lograr aumenta leerlos, lleva su modesto trabajo con alegría, nunca se queja de nada y sus comentarios se derivan al humor de las cosas y las circunstancias; viste la mayoría de las veces trajes oscuros, su cabello rizado es aún negro, nunca se lo deja crecer, se pone corbata a diario, en definitiva en asuntos de presentación personal es insuperable, el único reproche que alguna vez recibe es el de la lentitud debido a su precaria vista, que no a su voluntad tenaz de servicio; sus hábitos son de hierro: del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, no es posible verlo en ninguna cafetería, ni menos en un bar, vive en la periferia y su pensamiento al salir del banco es llegar cuanto antes a su hogar, el transporte en bus ordinario tarda hasta una hora; le espera todos los días una buena mujer que pasó al casarse del hogar paterno al hogar conyugal; no ha sido posible que tengan hijos, nunca se interesa por conocer las causas, no llegan y ya está; la ausencia de hijos aumenta la relación conyugal; en este caso, puesto que el hogar se limita a dos personas, que terminan por sentirse indispensable el uno para el otro, Ramón Macía una vez que se baja del bus que le trae del trabajo, entra a una cafetería próxima a su hogar, compra dos pasteles que comen con su esposa en la cena de ese día; Ramón Macía, por un préstamo del banco, una vez que cumple cinco años a su servicio, compra una vivienda pequeña en el barrio Quiroga, al Sur de la ciudad, a pagar en veinte años con escasos intereses; consta de dos habitaciones, un baño completo, sala-comedor, cocina y un patio del fondo; para Ramón Macía es suficiente, aunque su esposa cree que hubiera sido preferible una habitación más; de las dos haitaciones una es para el matrimonio, la otra para la biblioteca, orgullo de Ramón Macía que cuenta con al menos doscientos libros propios; la tercera habitación que echa de menos la señora Macía es para recibir a los padres de ella que viven en el Sur del país; se conforman con una visita cada año, arman una cama improvisada en el salón comedor; esta circunstancia limita el tiempo de presencia de los padres a tres días; la excelente relación del matrimonio Macía con los padres de ella ennoblece sus días; como consecuencia el matrimonio Macía va a visitar a los padres de ella también una vez al año, de esta manera consideran suficiente el intercambio de visitas, de besos, abrazos y regalos; por su lado Ramón Macía carece de padres, ya fallecidos y de hermanos; el pariente más cercano es un primo hermano que para navidades se llaman por teléfono, se desean lo mejor para el año siguiente, se ponen al día de noticias familiares y luego a esperar otra llamada a las navidades siguientes; la gran motivación de Ramón Macía, junto a su hogar y su trabajo, es su relación comprometida con la Fraternidad Rosacruz de Oro, fundada en las primeras décadas del siglo XX por Krum Heller; asiste a las reuniones con su esposa los días veintisiete de cada mes y luego los domingos a la formación  de Cábala, solo para iniciados en estos sentimientos, nada le proporciona mayor alegría que hablar de temas esotéricos, aquellos que armonizan causas y efectos, personas y circunstancias, pensamientos y acciones, en fin, que nada dejan al azar, que intentan explicar los comportamientos según lo que el corazón quiere, así las personas, las plantas, las estrellas y el mismo Universo porque todos ellos obedecen a los dictados de sus propios impulsos; el director del centro rosacruz de Colombia es el maestro Israel Rojas, excepcional hombre de ciencia, escritor y también director de la revista mensual "Rosacruz de Oro", editada por el mismo centro, donde se escriben frases famosas, comentarios sobre la vida de grandes hombres que también obran de acuerdo a las máximas esotéricas, recetas botánicas para la curación y poemas que exaltan virtudes y dones; es una bella revista, impecable y recogida en pocas páginas, con grandísimos contenidos, sabios y prácticos; Ramón Macía está unido a la fraternidad desde su juventud, con ocasión de un amigo que le invita a una conferencia en el centro, sale fascinado y decide volver hasta vincularse del todo; su amigo es un enlace, que luego desaparece y no vuelve a nuevas conferencias y reuniones; Ramón Macía considera que su vida no tiene sentido sin los sentimientos que le transmite la Fraternidad que le ayudan a ser mejor persona, a resistir la cotidianidad exasperante como la que cumple en el banco del Comercio, a ofrecerle su amor a la vida; los que asisten con él a las reuniones rosacruces son sus amigos, siente alegría de verlos y de conocer su bienestar; Ramón Macía es hijo de una pareja de inmigrantes boyacenses que marcharon para Bogotá en busca de empleo al no lograrlo en sus pueblos natales de Tuta y Sotaquirá; tenía diez años y apenas había terminado la escuela primaria, el padre en parte agricultor, en parte comerciante, decide aceptar la oferta de un primo suyo para trabajar en Bogotá como transportista en una pequeña furgoneta para cargar frutas y verduras en un gigantesco mercado y repartirlas en tres tiendas de su propiedad localizadas en diferentes sitios de la capital; al comienzo Ramón Macía es matriculado en un colegio público donde cursa estudios hasta el cuarto año de bachillerato, se retira para trabajar como ayudante del padre en el transporte de la comida; cuando cumple los dieciocho años es reclutado de manera obligatoria para cumplir con el servicio militar donde está dos años, el mínimo entonces para estudiantes no bachilleres, es trasladado de cuartel en cuartel como soldado raso al principio, después como sargento por su disciplina y aplicación, cuando esperan que continúe, cumplidos los dos primeros años, decide pedir la baja y retirarse, agradece la formación recibida en los cuarteles, pero no tiene sentido para él seguir, prefiere buscarse un empleo en la ciudad, en alguna tienda o fábrica; tampoco quiere trabajar con su padre porque apenas alcanza con su trabajo y no puede pagar a una sola persona; el padre está de acuerdo y acepta que su hijo tenga otro empleo, tiene suerte y logra vincularse como mensajero en el banco del Comercio, gracias a la recomendación de un congresista boyacense, amigo personal de un vicepresidente del banco, que le abre las puertas de inmediato; a la banca llegan políticos en receso y también de la banca salen directivos para dedicarse a la política; es una simbiosis de poder político y poder financiero, relación inevitable e interesada; desde entonces Ramón Macía está en el banco, dejando a la deriva ascensos y traslados; esto tiene explicación: por un lado Ramón Macía no quiere cargos de responsabilidad y compromiso y por otro carece de ambiciones que le lleven a trepar en ese mundo competitivo de la banca, para él, comprender el sentido de la vida es suficiente para sentirse feliz, nada más le entusiasma, sus gastos son pocos, puede pagar la hipoteca de su casa y los gastos de su hogar; Ramón Macía ama la vida, se considera privilegiado por este sentimiento, lo demás es secundario y no requiere tanta atención; desde ese momento no vuelve a buscar empleo, ni a moverse de su sitio de trabajo, los jefes del banco lo ven tan conforme que deciden no trasladarle a ninguna sección, entra por información comercial y ahí se queda, nadie se explica esa inamovilidad, para él es otra cosa, es estabilidad para dejar el asunto del dinero resuelto y dedicarse a lo que tiene sentido, los compromisos del equilibrio del Universo y de su vida, los procesos para evolucionar y trascender, de un mundo denso, doloroso y amargo a un mundo sutil, liviano, amoroso y pleno; lee con su esposa libros de esoteristas famosos como Israel Rojas, Krum Heller, el maestro san Germán, el poeta Goethe, el escritor Balzac, Pracelso, Eliphas Levi y otros más; también la revista mensual Rosacruz de Oro, que colecciona con pasión desde el primer número, no le gusta discutir ni debatir ningún tema, menos los de su preferencia, sí que aporta a la conversación, complementa y da la razón con frecuencia antes de trenzarse en riñas por convicciones; no tiene ningún propósito de convencer a nadie, no espera ser convencido por nadie, siente profunda alegría cuando descubre una idea que le ayude a mejorar; durante el trabajo es callado, rara vez lo interrumpe con alguna charla, prefiere hacerlo si esta se produce, a la salida del trabajo, en los pasillos del banco sin entrar, como hemos dicho, a ninguna cafetería; no le importa nada que sea especulativo, teórico, ama lo que le ayude a comprender y sentirse mejor; es tanta la alegría que le producen sus convicciones, que lo siente un deber; se siente afortunado de que alguien lo hubiera llevado a escuchar  al maestro Israel Rojas, sueña con poder transmitir estos conocimientos a las personas que lo necesitan, no se propone ser maestro, ni siquiera profesor de nadie, solo explicar y estar en condiciones de hacerlo a quienes le pidan explicaciones de sus conocimientos, deja este sueño a su corazón para cuando llegue el momento; es significativo para el destino que convoca encuentros inesperados, el que dos criaturas angelicales se hayan conocido en el banco del Comercio, en la misma sección y departamento, les basta verse una vez para reconocerse, aunque tengan jefes diferentes, comparten labor y horarios, el trabajo de Manuel Danderino y de Ramón Macía es el mismo, ordenar el archivo tanto de carpetas como de fichas, el llevarlas al día como los documentos y cartas propios de cada cliente; un directivo llama para pedir información de un cliente interesado en solicitar un préstamo de dinero, el departamento de información comercial le provee el promedio de su cuenta corriente, de su cumplimiento en anteriores compromisos y del estado actual de las relaciones con el banco, así el directivo puede saber hasta qué monto de crédito se le puede conceder, tanto Manuel Danderino como Ramón Macía son expertos en esta información actualizada, luego hay otros compañeros que se encargan de llevar a máquina de escribir las hojas consolidadas, una o dos máximo, con el resumen, con tintas negras y rojas, de la actividad del cliente para con el banco, abajo de las hojas las firmas tanto del director como del sub-director de la sección; durante el tiempo que están trabajando juntos Manuel Danderino y Ramón Macía nunca les llaman la atención por algún error grave en la velocidad de la información; la regla de oro de un ángel como Manuel Danderino es la de no aprovecharse de su condición y naturaleza para obtener algún provecho personal; toda su potencia y facultades son para ayudar a otros en causas nobles y bondadosas, de modo que en su trabajo diario en el banco como después en otros sitios, Manuel Danderino cumple a cabalidad con esta regla de oro, lo que obtiene y logra es producto de su propio esfuerzo, de su voluntad y atención; en el caso de Ramón Macía no está impedido para solicitar alguna ayuda personal, él mismo por sí mismo se ha impuesto esta misma regla de oro, incluso ha renunciado a promoverse para otros cargos y menos el de obtener ventajas personales; mientras los dos están ahí no les pasa nada a ninguno de los veintidós compañeros restantes, comparten con alegría y fraternidad; el magnetismo de ellos dos es suficiente para la armonía en las relaciones entre todos; con frecuencia organizan en el interior de la sección algún festejo para celebrar los cumpleaños de alguno, reparten refrescos con pastel y disfrutan de la camadería de cada uno; Manuel Danderino es de signo Acuario, cumple el día 18 de febrero y aunque para los demás él tiene tan solo veintiún años de edad, él sabe que su edad es infinita, como la del Sol y las estrellas, pero nada de eso le exonera de vivir cada día como si fuera el último de su vida, con pasión y dedicación; Ramón Macía cumple el 26 de marzo, ya tiene edad de hombre maduro, pero nada de eso le importa; él sabe que la vejez y la muerte son un trámite para renovarse y ser feliz; entre todos los compañeros de trabajo hay cuatro mujeres, dos de ellas comunicativas y alegres, las otras dos son reservadas y retraídas; sin embargo para Manuel Danderino y Ramón Macía cada una de ellas tiene sus virtudes y encantos; entre las dos últimas, Cristina y Fany, son serias en sus conversaciones, dan amistad sin reserva alguna, pero sus reacciones son controladas para no ser mal interpretadas, soportan con estoicismo el dolor y las dificultades y no quieren que los demás conozcan su tristeza, pueden ser felices pero casi nunca lo traspasan de su piel, son generosas y buenas trabajadoras; las dos extrovertidas son Marta y Clarita, expresan lo que son y sienten, son simpáticas y colaboradoras, se sientan a comer con los hombres en la parte de atrás de la sección y conversan en confianza con ellos todos los temas, ríen con ventaja cuando alguno de ellos les dice un piropo o una frase de alta tensión erótica; entre los hombres hay diversidad de temperamentos y vocaciones; ahí están Neira que mantiene las distancias aunque comparte con todos, Vargas que tiene un sentimiento de obediencia y honestidad, vive como necesidad trágica; Orlando que estudia arquitectura, es fuerte y fraterno; Pardo, el subdirector, compulsivo y eficaz, poco ceremonioso; Arbeláez que está en negocios  que nada tienen que ver con su trabajo en la sección; Claros, el director, bajito y amable, es el único que se toma dos tintos cuando los trae doña Clementina en su carrito de ruedas, los demás solo toman uno, intenta ser amigo de sus colaboradores pero alguna enseñanza perniciosa le retrae, prefiere revisar revistas en su escritorio antes de hablar con su gente; Belalcázar, el más fiestero y enamorado de todos, vive con una mujer de muchos más años que él que le sostiene en su apartamento y con la cual se siente atado, a veces con temor de sufrir represalias si él la deja; Yanguas sufre un trastorno de aislamiento, no se trata con nadie y es difícil explicarse cómo tiene un empleo en ese lugar, trabaja igual que los demás pero sin cruzar palabra alguna; Barreto, natural de un pueblecito encantador del Oriente de Boyacá, aparenta seriedad pero en el fondo se divierte con todo y goza del aprecio general; Fernando, de corazón de oro, trabaja más que ninguno y le queda tiempo para ayudar a los demás, coordina sus manos eficaces con su trato fraterno; algunos otros más están por ahí en la misma dirección: buenos compañeros, serviciales y necesitados al máximo de ese trabajo para costearse los estudios y los gastos de sus compromisos diarios de hogar o de familia; Manuel Danderino anuncia que deja el empleo y se va de militar a la academia de formación de oficiales; deciden hacerle una despedida donde se abren algunas botellas de cava, se reparte y comparte un delicioso pastel de manzana con cerezas, hablan tres compañeros en representación espontánea de todos, el primero de ellos es Durán que estudia abogacía en la Universidad Libre, es un compañero afable, le gusta el ajedrez, en una ocasión trajo un juego y terminaron jugando todos en la sección, unos contra otros, menos el director y el subdirector, para impedir el caos total; Durán elogia a su compañero Manuel Danderino y le desea éxitos en su vida militar, incluso lo ve llegar algún día a General de tres estrellas, máxima graduación y honor elevado para un oficial; luego habla Orlando, de palabras precisas e ideas firmes, pide un aplauso para el compañero que se marcha y luego viene por último Fany, que derrama algunas lágrimas y entrega a Manuel Dnderino una tarjeta firmada por todos que dice: "qué opaco se ha tornado este día, cuando te despedimos con sublime modestia, qué pequeño es ese sendero que hoy cruzas, pero, cuán claro y brillante será aquel día en que te veamos colmado de honores y gloria. Hoy hacemos votos porque ese camino  lleno de piedras y espinas, se torne amplio y frondoso, lleno de mil parabienes, para ti y los tuyos y así se sienta ese gran anhelo de vivir. Tus compañeros de siempre".- A continuación hay veintitrés firmas; Manuel Danderino se despide dando las gracias por la hermosa despedida, como por la fraternidad durante el tiempo de trabajo en la sección, él asegura que está de corazón con todos; se marcha y poco se vuelve a ver con nadie; se va feliz, le gusta salir así, por la puerta grande, es decir, aplaudido por sus compañeros y amigos, sin resentimientos ni remordimientos con nadie; Ramón Macía rompe un hábito, le invita a tomar un café en la cafetería del pasaje que da acceso al banco, charlan un poco y se despiden.

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