miércoles, 13 de junio de 2012

El altar de Plutón.- ( novela ).-

Décimo séptima entrega.-
 -¿ Quieres ir este fin de semana a un convento de los religiosos claretianos ? -le pregunta Alejandro, interesado en conocer de cerca la vida religiosa, la madre le insiste en que puede ser monje, ella tiene un primo hermano en el convento a dos horas de Bogotá de los padres claretianos y le dice que vaya, se lo viene diciendo desde hace mucho tiempo atrás, Alejandro rechaza cualquier posibilidad de estar como religioso, en esta ocasión quiere ir con Eduardo y Daniel, que aceptan la invitación, hay que pasar una noche en el convento y regresar al día siguiente; se van los tres, al llegar allí son recibidos con fraternidad, Daniel observa el sentido silencio y la entrega de los monjes, que disfrutan en la humildad y el desapego; la sensación es extraordinaria, de tal fuerza que Daniel promete que si alguna vez entra a la vida religiosa, lo hará en un convento de los frailes claretianos; Alejandro y Eduardo se ríen de esa promesa, ellos advierten que aunque son religiosos, sin embargo debajo de sus hábitos hay hombres con sus pasiones y deseos del amor y del sexo; -si me dejaran vivir en el convento con mi mujer, no dudaría en entrar- comenta Eduardo señalando una carencia, la femenina, que de pronto haga perder la tranquilidad a los monjes; Alejandro dice algo similar, que él no podría vivir mucho tiempo sin una mujer, que no todo es servicio y humildad, también que el hambre de sexo echa todo por los aires; regresan a sus casas, están contentos por el paseo, sólo Daniel queda impresionado por las virtudes observadas por los religiosos y desde entonces empieza a sentir la necesidad de estar alguna vez en un convento, él sí considera que la mujer no es necesaria siempre y cuando se realicen actividades de entrega a los demás, la vida diaria le parece egoísta, agresiva y poco servicial; tanta ambición por un mundo mejor no tiene sentido, cuando en un convento de tiene todo, y a cambio  dispones de tiempo suficiente para ayudar a otros; en fin, este paseo le marca y crea una ansiedad en su corazón. A Daniel le gusta entrar a las iglesias cuando hay silencio, detesta la hora de la misa, que por obligación  va; prefiere esos momentos cuando los devotos se inclinan ante alguna divinidad, abren sus brazos y se arrodillan en la súplica de alguna resolución, es para él la religión en su plenitud, el hombre a solas con su Dios, su Virgen, su Santo, su devoción es lo único que cuenta; está seguro que el milagro que sea se produce, es la relación natural del hombre con su Dios, el milagro es la magia de la bondad y la necesidad; el Universo entero escucha una súplica y la resuelve; no le cabe ninguna duda, Daniel ama esa relación, la mantiene en secreto y la cultiva día a día; ya conoce otra religión que poco le atrae: la de la obligación de orar, en forma masiva y sin devoción alguna.

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